jueves, 21 de julio de 2011

El desfile

Una a una, desfilaban frente a sus ojos esperando ser la elegida. Mostraban a su paso lo mejor que podían dar, pero también lo peor de ellas. Cientos, miles de ellas avanzaban sin pausa delante de sus ojos escrutadores, críticos. Unos ojos inocentes, chispeantes, con toda la vida por delante y terriblemente ambiciosos, que no hacían más que esconder su enorme indecisión tras frialdad y dureza y transformar al mismo tiempo el miedo en una seguridad inquebrantable.

“¡Siguiente!”- gritaba una y otra vez, haciéndolas pasar casi sin dar tiempo para que se mostrasen tal y como eran. El tiempo corría en su contra y esto la ponía realmente furiosa. Con el paso de los días, ellas fueron poco a poco perdiendo el entusiasmo, ya no valía tanto la pena.

Cansadas, ya casi sin fuerzas se arrastraban ante ella, condenadas al paseo eterno. Los mismos ojos ahora sin brillo, flanqueados por profundas arrugas que surcaban su desafiante rostro, seguían observando. Su voz había dejado de ser necesaria para que continuase la exhibición, ellas estaban ahora de paso.

Y así, se le fue la vida tratando de no fallar en el intento y elegir la correcta, de dar con la que más feliz la hiciera. Pasaron muchos años para que tomase una decisión, y al fin cayó en la cuenta de que había estado cometiendo el mayor de los errores: ella no era juez, sino la que se mostraba en el escaparate.

Demasiado tarde; cuando realmente abrió los ojos, ya ellas habían dejado siquiera de posar los suyos en el vejestorio egoísta y vacío en que se había convertido. Entonces, ya ninguna la quería.