domingo, 26 de febrero de 2012

La petite mort

Esa mezcla entre gotas de hielo y pequeñas chispas eléctricas que surgen desde la punta de unos dedos tímidos y recorren poco a poco todo tu cuerpo. Precavidas, pasan de puntillas por las manos y los pies inundándolos de fría electricidad estática, pero el abismo de unos brazos y unas piernas infinitamente largas desatan el torrente, que galopa a gran velocidad desafiando la gravedad. El pulso se acelera, las venas trabajan por aguantar la presión, turgentes de vida y las manos aún chispean. Tuc-tuc, tuc-tuc… tuc… tuc. Algo en mi interior se desata; noto como la corriente se va apoderando de mis entrañas al paso que yo pierdo el control de mi propio cuerpo, arrebatado ahora por una fuerza irracional que me desliga del mundo terrenal. Espacio y tiempo parecen fundirse en una elipse continua e interminable; en el centro sólo oscuridad. Un sonido acelerado retumba en mis oídos, terso e incisivo, fruto del impecable frotado de las cuerdas de un violín. Antebrazos forjados en mármol previstos de muñecas perfectamente engrasadas que en cada pulso hacen romper la roca a unas venas duramente entrenadas. Rostros inmutables presiden la escena y al fondo la oscuridad del infinito que cada vez se acerca a mayor velocidad. Mi estómago reposa en el vacío lleno de la energía transformada ahora en aleteo. Por fin ha abandonado mis extremidades; la chispa venció al hielo y ahora tiemblan desprovistas del calor de la vida, a la merced de ríos de fría agua que tratan de hacerse camino por las mismas venas que poco antes albergaron la ardiente descarga del mismo sol.

Atrás queda el prestissimo tempo de los Stradivarius; he quedado absorta en el silencio de la profundidad. Sin saber cómo, me encuentro pendiendo de un hilo que parte de mi ombligo y desemboca en la infinidad de un punto invisible. Debería dolerme, qué menos que molestarme, pero ahora mismo no se me ocurre posición más cómoda. Da la casualidad de que mi masa es suficiente para mantener el hilo tenso pero no tan alta como para que la fuerza de la gravedad arquee mi espalda sobre el vacío.

Me siento en perfecto equilibrio con la oscuridad, pero todavía no ha concluido mi peregrinaje interno. El aleteo que mantiene mi estómago a una temperatura mayor de la habitual se disipa poco a poco convirtiéndose ahora en hormigueo para ascender hacia el cuello. No puedo moverme o romperé el equilibrio y no habrá entonces hilo que frene mi caída, no quiero que termine y de eso soy aún consciente; pero el cosquilleo se vuelve insoportable. Aguanto la respiración con tal de no soltar un último grito desesperado que libere la electricidad de mi garganta y me haga perecer en el abismo, pero la sangre corre hacia mi cabeza para socorrer al cerebro, falto de oxígeno. Me tambaleo delicadamente sobre la cuerda hasta que la tensión, con tal de no disparar mis ojos desorbitados y hacer estallar mi cráneo, empujan mi mandíbula hacia abajo en un acto de sumisión. Los pulmones se hinchan de aire como dos globos de plástico y el picor se esfuma del cuello. Arde mi cara y los ojos, doloridos, permanecen cerrados a cal y canto, conscientes de que a punto estuvieron de abandonar las cuencas. Finalmente, con un chasquido de vidrio, se rompe la cuerda y un grito ahogado escapa de entre mis labios. Prosigo mi descenso de cabeza con un placer tan vertiginoso que roza lo inmoral hasta que la velocidad me hace perder la consciencia.

Despierto con la respiración entrecortada, mi cabeza aún palpitando por la ingente acumulación de sangre, aunque no es la única zona de mi cuerpo que arde con tanta violencia. Sofocos, espasmos… y tú al otro lado del colchón, pleno de satisfacción. Imagino lo que pasa por tu mente y no puedo evitar esa sonrisa imperecedera que evidencie el culmen del placer impregnado de suma gratitud antes de caer rendida a los brazos de Morfeo, aunque sin soltarme de los tuyos.

El ballet es simplemente asombroso, pero mi parte favorita es a partir del minuto 1:50. Diferentes maneras de sentir una sola cosa, distintas cosas que te hacen sentir eso mismo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Ai, Dolors


Ay, Dolores, llévame al baile.
Hoy que viene todo el mundo.
Hoy es cuando hemos de ir.

Ay, Dolores, vendré al atardecer
en un golpe de coche
te esperaré abajo.

Y, Dolores, hoy entre las cabezas no habrá miradas de complicidad
ni, Dolores, ningún dedo despistado que roce una espalda por casualidad.
Hoy, Dolores, chasquearé un ritmo con las manos
mientras tú sacas los tickets del enésimo combinado.

Hoy, Dolores, propón un tema al cantante.
Uno que se ría de ti y de mí
y de esta historia que se ha ido acabando.

Va Dolores, que hoy seremos dos niños grandes.
Nada de tonterías.
Nada de ser especiales.
Un, dos, tres.
Un, dos, tres, cha, cha, cha.
Talón, punta, talón, punta y volver a comenzar.

Y, Dolores, nadie esperará ninguna escena dulce bajo ningún portal
Ni, Dolores, ninguna gran verdad será revelada cuando amanezca.
Hoy, Dolores, moveremos el cuerpo al compás de un ritmo acelerado,
de una gran línea de bajo.

Hoy, Dolores, propón un tema al cantante.
Uno que se ría de ti y de mí
y de esta historia que ya no es importante.
Uno que nos defina en tres acordes.
Uno que nos explique a la posteridad.
Uno que conscientemente sea un punto y final, Dolores.
Dolores, uno que parezca imposible que pueda acabar.

domingo, 12 de febrero de 2012

White experience

Canción recomendada para la lectura y que encaja perfectamente con mi día de hoy: "Les Lucioles en re Mineur".

Que el respirar se haga vida, que el hielo cruja bajo el paso de unas piernas firmes que a pesar de terminar en pies resbaladizos, evite el impacto con el suelo una mano amiga siempre dispuesta. Recuerdos de esa sonrisa que quedó congelada entre mis mejillas agarrotadas por el frío...

Abrir los ojos y aprender que un cielo blanco y espeso promete nieve; cerrar los ojos y pensar que el frío, si es así, vale la pena.
Y aprender finalmente que la vida es realmente para vivirla como uno quiere, disfrutando de las pequeñas y no tan pequeñas cosas, estando con la gente que uno aprecia, con la que de verdad importa. Conocer de todo un poco y elegir eso que nos enamora y nos hace felices; eso que despierte en nosotros el sentimiento de que estar aquí vale la pena, que de algo sirve el haber llegado por difícil que haya sido el camino, a pesar de lo que hayamos tenido que dejar atrás.