domingo, 30 de septiembre de 2012

Frágil sensualidad


Se trata de una danza silenciosa entre la noche y la joven del camisón blanco. Sus ojos brillan a la luz de la luna como nunca nadie ha hecho que se iluminaran; sólo esta cita nocturna es su aliciente para soñar.

Cuando la ciudad duerme, ya todas las persianas descansan y los únicos testigos son los pequeños murciélagos que revolotean desorientados por las intermitentes farolas, asoman sus descalzos pies al balcón. Algunas veces adivino auriculares entre su pelo, otras le basta con la música que sólo ella es capaz de escuchar. No sabe que la observo, que su cita con la luna se ha convertido de alguna forma en mi cita con ella.

Todas las noches, cerca de las 3 de la madrugada, salgo a la terraza con un cigarrillo entre los labios para disfrutar de su belleza; del sentimiento puro e inocente que acompaña cada movimiento que tiene lugar bajo ese camisón. El satén blanco brilla al deslizarse por sus firmes curvas desdibujando una figura que como cada noche, después de esa primera vez, me hace soñar.

Quiero pensar que sabe de mi presencia detrás de ese minúsculo punto incandescente en la oscuridad de la noche, que se ha percatado de su único y fiel admirador. Imagino que reserva su espectáculo sólo para mí, que cada paso ejecutado lleva escrito mi nombre aunque ella siquiera lo sepa aún. Yo tampoco sé el suyo ni conozco sus razones; ignoro el porqué de su danza nocturna, dónde aprendió a bailar de ese modo. El hecho es que el aura de misterio que la envuelve me hipnotiza… Temo que si algún día advirtiese mi presencia el pudor la empujara a abandonar a su oscuro amante y me privase entonces de mi particular capricho. Siento profundos celos hacia aquel que me mantiene en el anonimato, aquel que siendo razón para ella sólo es medio para mí. Cómplice al fin y al cabo de ambos.