lunes, 10 de diciembre de 2012

Polvo somos y en polvo nos convertiremos

Caen las horas, pesadas como pequeñas gotas de mercurio sobre su cuerpo. Se deslizan lentas por su piel, contaminando cada uno de sus micrométricos poros, consumiendo su juventud. Ya no se mira al espejo, la que observa desde el otro lado es ahora una extraña para ella. No reconoce esas arrugas que empiezan a surcar su frente, los ojos siguen siendo profundos, pero siente que día a día la luz que los caracterizaba se va apagando. ¿A dónde vas, pequeña? Hay tanto que puedes hacer… Pero no, ella se encierra en su pecera de cristales tintados. No quiere vivir en un cuerpo que no reconoce como suyo, que no quiere identificar con la idea que tiene de sí misma. Es cierto que lo material nunca perdura, está empujado a un deterioro constante e inevitable; pero ella no ha sido capaz de entenderlo, de asumirlo.

El mundo ya no la excita, el hechizo que desprendían sus sonrisas al sol se ha roto, su melena ya no baila con el viento. -Ojalá  volviera a ser una niña-, piensa. Mejor temer tus ansias de frescura, pues esa luz ya no guiará tus pasos. Tus deseos han marchado con la primavera y el tiempo no hará que vuelvan.