5 días después:
Tras días sin obtener noticias, tanto en el teléfono como al ir de
visita a la casa, Bruno, preocupado porque habían quedado en verse, decidió contactar
con la policía. Consiguieron entrar por la fuerza en el piso y no les costó
seguir el rastro del olor que les guiaría hacia el dormitorio. Bruno permaneció
en el salón, con el corazón en un puño, y leyó la nota que descansaba sobre la
mesa:
No te inquietes cuando por sorpresa encuentres mi
mirada fija en tus pómulos, en tus labios, en esas arruguitas que delinean tu
felicidad... Cuando despacio y en silencio me aproxime a ti cual fiera
depredadora que acecha a su presa.
Sin pretexto aparente desvistiré mi corazón y
abriré mi cuerpo sobre el tuyo. Tus manos ágiles responderán al final de mi
espalda y por alguna razón, no necesaria, nos abandonaremos al otro. No habrá
preguntas que necesiten ser contestadas con palabras; no habrá preguntas que mi
cuerpo en tu cuerpo no sepa responder. Seremos dos seres silenciosos que
ejecutan la danza más antigua que se conoce. Todos y cada uno de los pasos
vendrán orquestados por el instinto, que traerá de vuelta al animal hambriento
de pasión y falto de cordura durante esos minutos de gloria.
Mis vísceras descansarán
sobre tu pecho desnudo y sentiré que no queda ya nada en mí que no sea también
tuyo; me habré perdido cegado por el éxtasis que hallo en tu piel para
encontrarme de nuevo bajo ella. Compartiremos por unos segundos cada átomo que
te hacen tú y me hacen yo... y en ese pequeño instante, habremos vuelto a ser
uno y no dos.
Werner
Bruno estrujó la nota en su mano y reparó en el pez ángel,
que yacía flotando en el agua. Lo comprendió todo, sin necesidad de que la
policía confirmara la tragedia.
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