Wanda había notado que sufría de algunos episodios depresivos,
sobretodo ligados al proceso creativo cuando se enfrentaba a nuevos proyectos
de novela o se estancaba en algún capítulo que no conseguía arrancar. Entonces,
solía encerrarse en el despacho y no salir más que a por provisiones o ir al
baño. Wanda no estaba muy segura aún de cómo afrontar estas situaciones, que a
menudo podían durar hasta 5 días consecutivos. A pesar de su fingida seguridad
inicial, se había dado cuenta de que Werner no confiaba en sí mismo, de que no
valoraba su trabajo y mucho menos vislumbraba su capacidad. Ella intuía que
parte del problema venía de lejos: según le había contado él, sus padres nunca
habían estado de acuerdo con que Werner se dedicara a la escritura. Ambos
trabajaban en un laboratorio de química y desde que comenzó en la escuela
habían esperado inculcar en su hijo la pasión por la ciencia. Lo cierto es que
emplearon gran esfuerzo y dinero en su formación y consiguieron que comenzase
la carrera de Ingeniería Química, campo en el que resultó destacar. Antes de
finalizar sus estudios, Werner decidió dejarlo todo renegando así del que era
el sueño de sus padres y aunque éstos no dejaran de remarcar su mediocridad
como escritor, se lanzó de lleno en este nuevo propósito. Pensaba Wanda que
esta fuera una de las razones de peso por las que su autoestima lucía a menudo
a ras de suelo y ella no podía más que tratar inútilmente de elevarla.
Estos episodios autodestructivos acababan también por minar la moral y
los ánimos de la joven, que muchas veces, tratando de animar a su pareja,
terminaba siendo ridiculizada por la misma. Una noche, después de pasar el día
entero sin noticias de Werner, decidió llamar a su amiga Julia y salir por ahí
para despejar la mente. No era capaz de recordar la última vez que había ido a
bailar, ¿realmente había pasado tanto tiempo? En la discoteca se encontró con
Bruno, que para su sorpresa, estaba acompañado. Resulta que se había echado
novio y parecía que la cosa iba bien. Wanda le contó que últimamente la
situación en casa se había complicado un poco y que le vendría bien quedar de
vez en cuando, que le echaba de menos. Bruno respondió como no podía ser de
otra manera: podía contar con él para lo que fuese y ya habían pasado demasiado
tiempo sin saber del otro para su gusto.
Cuando Wanda llegó a su casa de madrugada se encontró a Werner en el
sofá, parecía haber pasado despierto toda la noche.
—¿Dónde has estado? —preguntó en un tono neutro, sin desviar la mirada
de la puerta.
—Salí con Julia, te dejé una nota en la nevera…
—Ya, vi la nota en la nevera… ¿se supone que eso debía tranquilizarme?
Cariño, sabes que no estoy pasando una buena época y si tú me faltas entonces
me falta todo. No puedes marcharte y dejarme solo… Si de verdad te importo.
—Mi amor, ¡claro que me importas! —exclamó mientras dejaba el bolso
sobre la mesa y se apresuraba hacia el sofá— me importas más que nada ni nadie
en este mundo. Es sólo que me siento impotente cuando entras en estos ciclos
autodestructivos.
—Bien, bien, vale, eso lo entiendo, pero: ¿crees que ayuda el hecho de
que te vayas por ahí de fiesta con tu amiga? Parece que estés buscando con
quién reemplazarme.
—¿Pero qué estás diciendo? Ni quiero ni puedo reemplazarte, sabes que
estoy completamente enamorada de ti, que lo eres todo para mí… lo sabes,
¿verdad? —dijo mientras sostenía la cabeza de su amado sobre sus manos.
—¿Eres mía? Dime que eres mía y de nadie más.
—Soy tuya y de nadie más.
Werner rompió a llorar y temblar de emoción, Wanda nunca lo había visto
así antes. Cuando se quiso incorporar éste la atrajo con fuerza hacia sí y la
besó apasionadamente. Bañó su cuello en saliva y lágrimas y continuó bajando hacia
el busto, que descubrió rompiendo su camisa de un tirón. Wanda no estaba
disfrutando con este arranque de pasión y le pidió por favor que parara, pero
él, lejos de parar, incrementó fogosidad y casi que se abría paso a mordiscos
por sus pechos. No pudo evitar algún grito de dolor, de los cuales Werner
volvió a hacer caso omiso. Eres mía, eres sólo mía, repetía una y otra vez entre sollozos. No tardó mucho en caer rendido
sobre el sofá, debía de haber pasado mínimo 2 días enteros sin dormir… Wanda se
deshizo de su abrazo y corrió al lavabo a asearse. Tenía marcas y magulladuras
por todo el torso… no pudo evitar llevarse las manos a la cara y frenar las
lágrimas, no entendía qué estaba pasando.