La semana transcurrió sin ningún hecho extraordinario. Las
clases en la universidad se le hicieron más pesadas de lo normal, esperaba
impaciente que fuese viernes de nuevo. Sin querer, el misterioso chico del
portátil se le había metido en la cabeza para no salir… No había podido dejar
de imaginar escenas en las que él inundaba todo, cavilaba acerca de cómo sería
el encuentro del viernes principalmente.
Siempre le había gustado fantasear acerca de lo que pudiera
pasar, es cierto; disfrutaba convirtiendo una mirada en la más apasionada
declaración de intenciones, una sonrisa en una promesa de amor eterno… Hubo una
vez quien le dio razones para creer que ese sentimiento que todos anhelan
realmente existe. Rozó con la punta de los dedos esa utópica sensación que
poetas y escritores, compositores y en general artistas tratan torpemente de
describir en cualquier soporte que la mente conciba. Ese alguien, que le mostró
el amor más allá del tiempo y el espacio, corrió tras la estela de su meta más
preciada dejándose el amor por el camino. Él siempre le dijo que para poder
querer a alguien con todo el alma, para aprender a amar de verdad, había que
aprender antes a quererse a uno mismo, por encima de todo. Y lo cierto es que
él se quería mucho, de eso Wanda nunca dudó. Así que cuando le ofrecieron la
beca para marcharse a Estados Unidos no lo pensó dos veces y se lanzó a lo
desconocido, en pos de un sueño que lo acompañaba desde mucho antes que ella lo
conociera. Lloraron a la despedida, y siguieron llorando tiempo después, pero
se amaban y lo mejor para ambos en ese momento era tomar caminos divergentes, o
eso les pareció. Consiguieron hacer de un sentimiento un ente racionalizado,
cometiendo quizá el crimen más vil, pero sobrevivieron al adiós y su amor ganó
un carácter infinito, que no les causaría dolor.
El jueves por la noche no pudo dormir de lo nerviosa que
estaba. Sabía que era ridículo sentirse así por alguien que ni siquiera conocía
y apenas había visto unas cuantas veces, pero le gustaba esa sensación de
prosperidad que lo impregnaba todo, la idea de que un nuevo sentimiento pudiese
empezar a germinar… Y así es que se dejó llevar por la emoción y sonrió a las
ojeras que la sorprendieron al amanecer.
Bruno no había dejado de atosigarla a preguntas después de
lo acontecido el viernes y habían pactado, por ocurrencia de éste, que él no se
presentaría en la cafetería hasta las 17:30 para dar margen a que si algo había
de hacerse evidente, se hiciese.
A pesar de estar totalmente en contra de las
convencionalidades, de los estereotipos y de las generalizaciones, Wanda pasó
la mañana rebuscando en su armario en busca de algo decente pero provocativo,
recatado pero sugerente… Se odió a si misma por caer en uno de los tópicos más
vulgares, pero aun habiéndose pasado horas frente al ropero, sacando y metiendo
prendas, no encontró el conjunto ideal y se dio por vencida sin ofrecer
demasiada resistencia. Puso a calentar un tupper de albóndigas en el microondas
y se percató de que quizás no le convenía albergar tan alta dosis de ilusión
por algo tan volátil como el recuerdo de una sonrisa, el único detalle capaz de
aportarle un mínimo de seguridad.
Se puso un capítulo de How
I met your mother mientras comía, al cual no prestó atención. Se arrepintió
de haberse sentido en una nube, de
haberse dejado llevar por algo tan banal y con tan poca garantía. No
podía permitirse dejar que su felicidad dependiera de los caprichos de alguien
que no conocía… Cuando hubo terminado se metió en la ducha y una vez tuvo que
enfrentarse nuevamente al armario no lo dudó un instante: vaqueros y camiseta
de diario, ninguna diferencia al estilismo que utilizaba para la universidad.
Si había alguna posibilidad de que algo pasase entre ellos, habría de conocerla
en su día a día, al natural. ¡Y tan al natural! Ni siquiera aplicó el
maquillaje que utilizaba normalmente.
Cuando llegó a la cafetería, a las cinco en punto, se asomó
al interior y lo vio sentado donde habitualmente tomaba el café con Bruno. Al
verla en el umbral, se puso en pie y esbozó una nueva sonrisa, que consiguió
revivir ese recuerdo y ampliar el margen de confianza con el que Wanda contaba.
Lo saludó con dos besos y se sentó a su lado, totalmente hipnotizada por su
profunda y atenta mirada.
—He de admitir que no estaba seguro de si finalmente vendrías —admitió
sin permitir que se desdibujara su sonrisa—, quizá las formas han sido poco
ortodoxas.
—La verdad es que no sé muy bien cómo responder a eso, tienes toda la razón, pero aquí estoy al fin y al cabo.
—La verdad es que no sé muy bien cómo responder a eso, tienes toda la razón, pero aquí estoy al fin y al cabo.
—¡Y yo que me alegro! No te imaginas cuánto, llevaba tiempo queriendo
conocerte…
Wanda se ruborizó de inmediato y trató de evadir su mirada, se sentía
desnuda ante aquellos ojos que la escrutaban como leyendo un texto del que
incluso ella desconocía el contenido.
—Perdona, no me he presentado…
Mi nombre es Werner. ¿Cómo es el tuyo?
—¿Werner?, qué nombre más raro, ¿no?
—Sí bueno, mi madre es alemana… Me pusieron Werner en honor a
Heisenberg. Ya ves, nombre de un físico y para disgusto de mis padres, acabé
huyendo de las ciencias.
—He de admitir que no lo conozco… lo mío tampoco son las ciencias —dijo
algo más relajada—. Yo me llamo Wanda… por el pez.
—¿Por el pez? —exclamó incrédulo— creo que por primera vez encuentro
unos padres que superan a los míos en cuanto a creatividad.
—¿No has visto la película? —preguntó entre risas— Un pez llamado Wanda, es una comedia
acerca de un robo, tampoco creo que diga mucho acerca de mí pero bueno, a mis
padres les debe haber marcado…
—Bueno Wanda… lo cierto es que es bonito, ¿a qué te dedicas? Ya he
descartado ladrona de bancos como profesión, pero aún quedan muchas
posibilidades.
—¡Qué gracioso! Pues para tu información no robaban bancos, sino una joyería, listillo. Estudio publicidad en la
facultad de comunicación, justo ahí en frente.
—Hmm… publicidad, siempre he tenido curiosidad por saber qué es lo que
empuja a alguien a estudiar publicidad, es un carrera que me desconcierta un
poco.
—Bueno… lo cierto es que yo llegué un poco de rebote. Empecé a estudiar
periodismo, que era realmente lo que me apasionaba, pero después de dos años me
di cuenta de que no era lo mío y opté por una rama algo más creativa. Aunque no
lo parezca, la publicidad es una ciencia compleja y se ha de tener un amplio
espectro de conocimiento, estar al día sobretodo… muy interesante.
—Ajá… ya veo. Si te digo la verdad, eres la primera publicista que
conozco… si todos son tan interesantes como tú, tendré que pasarme por ahí más
a menudo.
Wanda volvió a no encontrar respuesta a su comentario. ¿No estaba
empezando a coquetear demasiado pronto? Ante la falta de respuesta, él
continuó:
—¿Sabes ya qué quieres tomar?
—Quizá será mejor que esperemos a Bruno, debe estar al caer…
—¡Ah claro!… esperamos a tu amigo —dijo con un tono entre sorprendido y
decepcionado—. El otro día me pareció muy simpático, será divertido.
«Perfecto —pensó Wanda para sí—, segundo silencio incómodo de la tarde y no llevamos ni media hora…»
Una vez Bruno hubo llegado la conversación se hizo más fluida. Wanda no
se sintió tan presionada por los comentarios insinuantes y se permitió en más
de una ocasión responderle al coqueteo. La presencia de Bruno la relajaba, pero
claramente sobraba entre ellos dos. El tiempo pasó raudo y pronto agotaron los
temas convencionales: música, literatura, aficiones… Resultó que tenían mucho
en común y el café no les fue suficiente para saciar esas ganas de conocer al
otro que habían rebrotado al parecer en los dos. Esta vez fue la chica quien
invitó al café y a al llegar a casa contaba con un contacto más en su guía
telefónica.
Los días siguientes pasaron muy deprisa, casi tanto como el primer café
que compartieron juntos. Se veían tanto como podían y el tiempo que no estaban
juntos lo pasaban al otro lado del teléfono, haciéndose saber mutuamente las
ganas irrefrenables que sentían por volver a ver al otro. Siguieron fieles al
café de las 5 cada viernes, pero pasó a ser cosa de ellos. El viernes siguiente
a la primera «cita triple», Bruno los abandonó poniendo como excusa que tenía una sesión
fotográfica. Wanda ni siquiera preguntó si podía acompañarlo, como había hecho
otras muchas veces, pero su amigo ya contaba con eso, así que su coartada era
totalmente viable. Para el viernes siguiente, ya se olvidó siquiera de
preguntarle si vendría.
No podía sentirse más feliz, nunca nadie la había entendido tan bien y
nunca nadie la había necesitado tanto, era indispensable en la vida de Werner,
no hacía falta que lo dijera con palabras, ella estaba segura de que así era. Poco
a poco lo fue dejando entrar en su corazón, hasta que la principal función del
mismo pasó a ser cobijarlo a él. Esto sí que era amor, amor de verdad: sentía
que sin él no había posibilidad de vivir, que era todo su mundo.
Bruno estaba feliz por ella, pero le advirtió que fuera con cuidado. Le
sorprendía cómo esa chica tan racional que conocía, tan sensata, se dejara
llevar sin reserva alguna y de forma tan apabullante por un sentimiento. Pudo
comprobar que verdaderamente su amiga estaba radiante, que desprendía felicidad
allí donde fuera y se quedó tranquilo. Ya no pasarían su par de horas cada
semana juntos para ponerse al día, pero le bastaba con saber que su amiga lo
había decidido libremente y que simplemente ahora tenía otras razones para
sonreír.
En poco más de dos meses decidieron dar un paso más e irse a vivir
juntos a un piso. Todo marchaba sobre ruedas: ella iba por las mañanas a clase
y él trabajaba en sus novelas, de vez en cuando le dedicaba incluso algún que
otro poema o microrrelato. Werner se dedicaba a escribir; aún no le habían
publicado ninguna novela, pero había terminado dos y la tercera iba en camino.
Solía decir que eran como hijas para él, a las que había de dedicar tiempo y
esfuerzo, para que crecieran bien y terminaran siendo exitosas. También le
gustaba cocinar: los platos orientales se le daban especialmente bien.
Continuará...
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