No te inquietes cuando por sorpresa encuentres mi mirada fija en tus pómulos, en tus labios, en esas arruguitas que delinean tu felicidad... Cuando despacio y en silencio me aproxime a ti cual fiera depredadora que acecha a su presa.
Sin pretexto aparente desvistiré mi corazón y abriré mi cuerpo sobre el tuyo. Tus manos ágiles responderán al final de mi espalda y por alguna razón, no necesaria, nos abandonaremos al otro. No habrá preguntas que necesiten ser contestadas con palabras; no habrá preguntas que mi cuerpo en tu cuerpo no sepa responder. Seremos dos seres silenciosos que ejecutan la danza más antigua que se conoce. Todos y cada uno de los pasos vendrán orquestados por el instinto, que traerá de vuelta al animal hambriento de pasión y falto de cordura durante esos minutos de gloria.
Mis vísceras descansarán sobre tu pecho desnudo y sentiré que no queda ya nada en mí que no sea también tuyo; me habré perdido cegada por el éxtasis que hallo en tu piel para encontrarme de nuevo bajo ella. Compartiremos por unos segundos cada átomo que te hacen tú y me hacen yo... y en ese pequeño instante, habremos vuelto a ser uno y no dos.
Mis vísceras descansarán sobre tu pecho desnudo y sentiré que no queda ya nada en mí que no sea también tuyo; me habré perdido cegada por el éxtasis que hallo en tu piel para encontrarme de nuevo bajo ella. Compartiremos por unos segundos cada átomo que te hacen tú y me hacen yo... y en ese pequeño instante, habremos vuelto a ser uno y no dos.
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