Desaparecerás entre la espesura del enmarañado bosque que
sin haberlo elegido desconozco. Perteneces a un universo paralelo del que me
siento totalmente ajena, al que tú no quieres que me asome, ya no sólo por
preservar y reclamar tu intimidad sino por salvar esa parte de mí que aún no se
ha viciado. A pesar del tiempo, la distancia y los errores, a pesar del frío
que se cuela entre nosotros estemos ya cerca o lejos, sigues queriendo
protegerme del mundo, salvarme de todo incluso de ti.
¿Cómo me preguntas si te quiero? ¿Qué quieres oír salir de
mi boca? La respuesta fácil es ese inmutable sí, esa incondicional promesa de
fidelidad que la fraternidad nos brinda. Claro que te quiero, sí, pero tú no
preguntas por eso. Debería responder quizá acerca de todas las cosas que haces
o dejas de hacer que te alejan cada vez más y más de mí, de lo que me cuesta entablar
una conversación normal contigo, de lo difícil que se me hace un instante a
solas, sintiéndome obligada a empezar una conversación que rompa el hielo que
ha cubierto ese trozo de corazón que nos debemos, como si de un extraño se
tratase. Te quiero, sí, pero no te conozco… y si no te conozco es difícil sentirte
cerca, recurrir a ti o demostrar lo que no debería tener cabida en palabras.
Echo de menos estos días contigo, porque sé que me faltarán y no tengo certeza de hasta cuándo. Sígueme descubriendo tesoros, hazme crecer segura pero contigo, quiero que te sientas partícipe de mí así como yo inundo ojos y alma cada vez que te escucho, cada vez que frente a mí puedo admirar al músico en que te has convertido, pero más al hermano; porque con la música siempre sabes llegar a mí, entonces no hay palabras de más, pero sobretodo, no las hay de menos.
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