sábado, 8 de octubre de 2011

Dracónidas

Me asomo al balcón y noto cómo la cara se me hiela, prueba de que el verano ya ha terminado... Subo la cremallera de mi rebeca hasta arriba, me froto las manos y alzo la vista. Ahí estás: blanca y brillante; pero no te busco a ti, hoy no. Fijo mi mirada entonces en la dirección opuesta. Todas las luces apagadas, no hay nadie en el bosque, nadie en la acera, nadie sentado en las terrazas.

De repente un destello de luz atraviesa la noche -sigue la calle vacía-. ¡Otra!, ¿es que nadie se ha enterado? Parecen haberme reservado el espectáculo. Es entonces cuando pienso en ti. En estos momentos estarás en esa terraza, puede que comiendo sushi y bailando al ritmo del taiko; pero espero que de vez en cuando se te escape la vista hacia arriba y entre chouchin y chouchin puedas ver alguna que otra estrella. Me gustaría tanto estar compartiendo este momento contigo... 
 
¡Qué ironías! Ahora mismo yo estoy aquí tan sola, y mientras tú rodeado de gente. Esta vez no son Perseidas, sino Dracónidas, pero creo que las hamacas, que tan solas como yo deben sentirse, nos recibirían encantadas una vez más. ¿Te das cuenta? Tendríamos la playa sólo para nosotros, y no sólo un triste piso vacío, tampoco  estaría pasando frío como ahora, pues tendría tus brazos alrededor. Pero hay tantas cosas que fueron y ya no serán, muchas cosas quedan aún por recolocar.

He perdido ya la cuenta de cuántas van, como cuando me olvidé de mirar al cielo por estar mirándote a ti.

viernes, 7 de octubre de 2011

Jueves 22 de septiembre

Primeros días volviendo a pillar el ritmo a las clases y con la semana próxima a su fin, llego a casa tras haber dado una calurosa bienvenida en forma de novatadas a los de primero. Rendida, nada entusiasmada y con unas ganas tremendas de llorar; hace poco que estoy de vuelta y se hace duro el estar de nuevo lejos de casa, de mi verdadera casa.

Empapada de sangría, con chocolate hasta en las orejas y el pelo hecho pasta de harina, abro la puerta del piso intentando no manchar nada a mi paso y voy directa a la ducha. Detrás de la mampara me desvisto en completo silencio y tengo la sensación de que al lanzar la ropa me quito 10 kilos de encima. Abro el chorro de agua encima de mi y noto los grumos de harina acariciar mi piel desnuda en su precipitada carrera hacia el sumidero. Cuando el agua del plato ya ha dejado de tener ese color vino y puedo soportar de nuevo mi olor, termina mi proceso de desinfección.

Me cubro con la toalla y compruebo que sigo entera frente al espejo, cerciorándome de que mis orejas  y cuero cabelludo están libres de agentes extraños. Tras el examen exhaustivo me doy el visto bueno y comienzo con el pijama. Arrastro los pies hasta la cocina y pongo agua a hervir. Enciendo el ordenador, a estas alturas ya estarán todas las fotos de la batalla campal de esta tarde subidas a facebook... Me da tiempo de cubrir la ropa con quitamanchas y ponerla en remojo mientras el portátil se carga. Cojo la taza de té y me arremolino en el sillón dispuesta a comprobar que lo de esta tarde fue real. Pero apareces de repente, como siempre, y cambias del todo mis planes.

Dices un par de boberías y me arrancas las sonrisas que me empezaban a faltar. Siempre estás ahí, aunque no te vea, aunque no hablemos a menudo, aunque a veces no sepa que seguimos siendo amigos. Pero en lo que avanza la conversación, me dejas ver una vez más que quizá sea sólo yo la que cuide de una amistad. Te acercas peligrosamente y cada vez me inquietas más: ¿debería seguir siguiéndote el juego?, ¿fingir que no sé que te mueres por mis huesos? Sabes que nunca pasará eso que anhelas, sabes que a estas alturas es imposible y también sabes que no sería de la forma en que ambos queremos, pues eso que deseamos no se encuentra en ninguno de los dos.

Sea de la forma que elijas, eres capaz de hacerme reir en cualquier situación. Y sea de la forma que fuere, te echo de menos, eres uno de los mejores amigos que jamás he tenido.

El té se ma acaba y empiezo a dar cabezadas, pero en mi cara se dibuja ahora una sonrisa; consigues que el reto de mañana se haga cada vez menos reto y más aventura. Me despido y te prometo que voy a estar más en contacto, que no dejaré pasar tanto tiempo  para saber de ti; pero sabes que sólo resurgiré cuando te necesite, y yo sé que será sólo entonces cuando querrás saber tú de mí. Una de las pocas cosas en las que coincidimos.