sábado, 8 de octubre de 2011

Dracónidas

Me asomo al balcón y noto cómo la cara se me hiela, prueba de que el verano ya ha terminado... Subo la cremallera de mi rebeca hasta arriba, me froto las manos y alzo la vista. Ahí estás: blanca y brillante; pero no te busco a ti, hoy no. Fijo mi mirada entonces en la dirección opuesta. Todas las luces apagadas, no hay nadie en el bosque, nadie en la acera, nadie sentado en las terrazas.

De repente un destello de luz atraviesa la noche -sigue la calle vacía-. ¡Otra!, ¿es que nadie se ha enterado? Parecen haberme reservado el espectáculo. Es entonces cuando pienso en ti. En estos momentos estarás en esa terraza, puede que comiendo sushi y bailando al ritmo del taiko; pero espero que de vez en cuando se te escape la vista hacia arriba y entre chouchin y chouchin puedas ver alguna que otra estrella. Me gustaría tanto estar compartiendo este momento contigo... 
 
¡Qué ironías! Ahora mismo yo estoy aquí tan sola, y mientras tú rodeado de gente. Esta vez no son Perseidas, sino Dracónidas, pero creo que las hamacas, que tan solas como yo deben sentirse, nos recibirían encantadas una vez más. ¿Te das cuenta? Tendríamos la playa sólo para nosotros, y no sólo un triste piso vacío, tampoco  estaría pasando frío como ahora, pues tendría tus brazos alrededor. Pero hay tantas cosas que fueron y ya no serán, muchas cosas quedan aún por recolocar.

He perdido ya la cuenta de cuántas van, como cuando me olvidé de mirar al cielo por estar mirándote a ti.

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