miércoles, 4 de junio de 2014

Las cinco del sexto día (IV)

5 días después:

Tras días sin obtener noticias, tanto en el teléfono como al ir de visita a la casa, Bruno, preocupado porque habían quedado en verse, decidió contactar con la policía. Consiguieron entrar por la fuerza en el piso y no les costó seguir el rastro del olor que les guiaría hacia el dormitorio. Bruno permaneció en el salón, con el corazón en un puño, y leyó la nota que descansaba sobre la mesa:

No te inquietes cuando por sorpresa encuentres mi mirada fija en tus pómulos, en tus labios, en esas arruguitas que delinean tu felicidad... Cuando despacio y en silencio me aproxime a ti cual fiera depredadora que acecha a su presa.
Sin pretexto aparente desvistiré mi corazón y abriré mi cuerpo sobre el tuyo. Tus manos ágiles responderán al final de mi espalda y por alguna razón, no necesaria, nos abandonaremos al otro. No habrá preguntas que necesiten ser contestadas con palabras; no habrá preguntas que mi cuerpo en tu cuerpo no sepa responder. Seremos dos seres silenciosos que ejecutan la danza más antigua que se conoce. Todos y cada uno de los pasos vendrán orquestados por el instinto, que traerá de vuelta al animal hambriento de pasión y falto de cordura durante esos minutos de gloria.
Mis vísceras descansarán sobre tu pecho desnudo y sentiré que no queda ya nada en mí que no sea también tuyo; me habré perdido cegado por el éxtasis que hallo en tu piel para encontrarme de nuevo bajo ella. Compartiremos por unos segundos cada átomo que te hacen tú y me hacen yo... y en ese pequeño instante, habremos vuelto a ser uno y no dos.

Werner

Bruno estrujó la nota en su mano y reparó en el pez ángel, que yacía flotando en el agua. Lo comprendió todo, sin necesidad de que la policía confirmara la tragedia.

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