miércoles, 4 de junio de 2014

Las cinco del sexto día (IV)

5 días después:

Tras días sin obtener noticias, tanto en el teléfono como al ir de visita a la casa, Bruno, preocupado porque habían quedado en verse, decidió contactar con la policía. Consiguieron entrar por la fuerza en el piso y no les costó seguir el rastro del olor que les guiaría hacia el dormitorio. Bruno permaneció en el salón, con el corazón en un puño, y leyó la nota que descansaba sobre la mesa:

No te inquietes cuando por sorpresa encuentres mi mirada fija en tus pómulos, en tus labios, en esas arruguitas que delinean tu felicidad... Cuando despacio y en silencio me aproxime a ti cual fiera depredadora que acecha a su presa.
Sin pretexto aparente desvistiré mi corazón y abriré mi cuerpo sobre el tuyo. Tus manos ágiles responderán al final de mi espalda y por alguna razón, no necesaria, nos abandonaremos al otro. No habrá preguntas que necesiten ser contestadas con palabras; no habrá preguntas que mi cuerpo en tu cuerpo no sepa responder. Seremos dos seres silenciosos que ejecutan la danza más antigua que se conoce. Todos y cada uno de los pasos vendrán orquestados por el instinto, que traerá de vuelta al animal hambriento de pasión y falto de cordura durante esos minutos de gloria.
Mis vísceras descansarán sobre tu pecho desnudo y sentiré que no queda ya nada en mí que no sea también tuyo; me habré perdido cegado por el éxtasis que hallo en tu piel para encontrarme de nuevo bajo ella. Compartiremos por unos segundos cada átomo que te hacen tú y me hacen yo... y en ese pequeño instante, habremos vuelto a ser uno y no dos.

Werner

Bruno estrujó la nota en su mano y reparó en el pez ángel, que yacía flotando en el agua. Lo comprendió todo, sin necesidad de que la policía confirmara la tragedia.

*******

El siguiente viernes, puntual a la cita, para demostrar que lo de la última vez no volvería a repetirse, Wanda llegaba a la cafetería. Pronto llegó también Bruno y se sentaron en la mesa de siempre, la que está cerca de la ventana del fondo.
—¿Qué pasó cari?, ¿no ha llegado aún el chico profident? —preguntó sin haberse si quiera sentado.
—No lo he visto, no… la verdad no sé si me hace mucha gracia esto de citarnos con un desconocido…
—Aquí nos citamos tú y yo bonita, ése sólo viene a pagarnos el café.

Rieron casi tanto como la otra vez, los habituales de la cafetería ya empezaban a tenerles un poco de tirria, tendrían que controlarse si querían seguir yendo al local. Fue pedir los cafés y aparecer el chico del portátil por la puerta, esta vez, para su sorpresa, sin portátil. Iluminó con su sonrisa toda la estancia y se dirigió hacia ellos sin dudar, estaba radiante.

—Buenas tardes chicos, mi nombre es Emilio Daste y soy escritor —dijo con una sonrisa imposible de contener—. Espero que el hecho de invitaros al café el otro día no os molestase.
—Hola guapo, yo soy Bruno, modelo y actor —exclamó mientras extendía su mano para estrechársela— para lo que quieras, aquí mi amiga Wanda, aún estudia. En cuanto a lo del café, cuando quieras puedes repetir, para eso no te cortes (ni para nada, claro).

Emilio rió de forma poco disimulada ante los claros intentos de seducción del otro, pero no pareció incomodarle.
 —El caso es que desde que os conocí llevo trabajando en una novela, una novela inspirada por vosotros. Habéis arrojado luz a mi trabajo y lo agradezco profundamente… hace 3 días envié un borrador a la editorial, pero sería un honor para mí que os quedarais con el borrador original como muestra de agradecimiento —dijo mientras sacaba un libro del bolsillo interior de su chaqueta—. De no haber sido por vosotros, nada de esto habría sido posible.

Los chicos no sabían qué decir, tomaron el libro casi con recelo; era lo último que habrían imaginado…

—Lo siento pero tengo que irme a la editorial, espero noticias acerca del libro hoy —se excusó a la vez que sacó bolígrafo y papel de otro de sus bolsillos— . Para cualquier cosa, no dudéis en llamarme —anotó mientras escribía su teléfono con pulso tembloroso de la emoción—. Cualquier cosa —remarcó.

Le dio el papel a Bruno e hizo un amago de guiño difícil de interpretar; éste lo guardó encantado y se despidió con un «hasta pronto».

Una vez Emilio hubo cruzado la puerta:

—Sí, sí, vamos… yo veo clarísimo que esté enamorado de mí, si es que no me quita el ojo de encima —le recriminó Wanda burletera.
—Calla cabrita, ¡que me he enamorado! —exclamó mientras apretaba el trozo de papel contra su pecho.
—Unos que se toman el amor tan a la ligera… y otros tan seriamente...

FIN

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