viernes, 30 de mayo de 2014

Las cinco del sexto día (III)

Wanda había notado que sufría de algunos episodios depresivos, sobretodo ligados al proceso creativo cuando se enfrentaba a nuevos proyectos de novela o se estancaba en algún capítulo que no conseguía arrancar. Entonces, solía encerrarse en el despacho y no salir más que a por provisiones o ir al baño. Wanda no estaba muy segura aún de cómo afrontar estas situaciones, que a menudo podían durar hasta 5 días consecutivos. A pesar de su fingida seguridad inicial, se había dado cuenta de que Werner no confiaba en sí mismo, de que no valoraba su trabajo y mucho menos vislumbraba su capacidad. Ella intuía que parte del problema venía de lejos: según le había contado él, sus padres nunca habían estado de acuerdo con que Werner se dedicara a la escritura. Ambos trabajaban en un laboratorio de química y desde que comenzó en la escuela habían esperado inculcar en su hijo la pasión por la ciencia. Lo cierto es que emplearon gran esfuerzo y dinero en su formación y consiguieron que comenzase la carrera de Ingeniería Química, campo en el que resultó destacar. Antes de finalizar sus estudios, Werner decidió dejarlo todo renegando así del que era el sueño de sus padres y aunque éstos no dejaran de remarcar su mediocridad como escritor, se lanzó de lleno en este nuevo propósito. Pensaba Wanda que esta fuera una de las razones de peso por las que su autoestima lucía a menudo a ras de suelo y ella no podía más que tratar inútilmente de elevarla.

Estos episodios autodestructivos acababan también por minar la moral y los ánimos de la joven, que muchas veces, tratando de animar a su pareja, terminaba siendo ridiculizada por la misma. Una noche, después de pasar el día entero sin noticias de Werner, decidió llamar a su amiga Julia y salir por ahí para despejar la mente. No era capaz de recordar la última vez que había ido a bailar, ¿realmente había pasado tanto tiempo? En la discoteca se encontró con Bruno, que para su sorpresa, estaba acompañado. Resulta que se había echado novio y parecía que la cosa iba bien. Wanda le contó que últimamente la situación en casa se había complicado un poco y que le vendría bien quedar de vez en cuando, que le echaba de menos. Bruno respondió como no podía ser de otra manera: podía contar con él para lo que fuese y ya habían pasado demasiado tiempo sin saber del otro para su gusto.

Cuando Wanda llegó a su casa de madrugada se encontró a Werner en el sofá, parecía haber pasado despierto toda la noche.
—¿Dónde has estado? —preguntó en un tono neutro, sin desviar la mirada de la puerta.
—Salí con Julia, te dejé una nota en la nevera…
—Ya, vi la nota en la nevera… ¿se supone que eso debía tranquilizarme? Cariño, sabes que no estoy pasando una buena época y si tú me faltas entonces me falta todo. No puedes marcharte y dejarme solo… Si de verdad te importo.
—Mi amor, ¡claro que me importas! —exclamó mientras dejaba el bolso sobre la mesa y se apresuraba hacia el sofá— me importas más que nada ni nadie en este mundo. Es sólo que me siento impotente cuando entras en estos ciclos autodestructivos.
—Bien, bien, vale, eso lo entiendo, pero: ¿crees que ayuda el hecho de que te vayas por ahí de fiesta con tu amiga? Parece que estés buscando con quién reemplazarme.
—¿Pero qué estás diciendo? Ni quiero ni puedo reemplazarte, sabes que estoy completamente enamorada de ti, que lo eres todo para mí… lo sabes, ¿verdad? —dijo mientras sostenía la cabeza de su amado sobre sus manos.
—¿Eres mía? Dime que eres mía y de nadie más.
—Soy tuya y de nadie más.

Werner rompió a llorar y temblar de emoción, Wanda nunca lo había visto así antes. Cuando se quiso incorporar éste la atrajo con fuerza hacia sí y la besó apasionadamente. Bañó su cuello en saliva y lágrimas y continuó bajando hacia el busto, que descubrió rompiendo su camisa de un tirón. Wanda no estaba disfrutando con este arranque de pasión y le pidió por favor que parara, pero él, lejos de parar, incrementó fogosidad y casi que se abría paso a mordiscos por sus pechos. No pudo evitar algún grito de dolor, de los cuales Werner volvió a hacer caso omiso. Eres mía, eres sólo mía, repetía una y otra vez entre sollozos. No tardó mucho en caer rendido sobre el sofá, debía de haber pasado mínimo 2 días enteros sin dormir… Wanda se deshizo de su abrazo y corrió al lavabo a asearse. Tenía marcas y magulladuras por todo el torso… no pudo evitar llevarse las manos a la cara y frenar las lágrimas, no entendía qué estaba pasando.

A la mañana siguiente parecía que durante la semana nada hubiese ocurrido. Wanda utilizó una camiseta de cuello alto y no medió palabra con Werner acerca de lo acontecido la noche anterior. Estaba asustada y no sabía qué era lo que podía hacer, tampoco estaba segura de comentarlo con nadie porque sonaba bastante grave, pero es que nadie sabía por lo que él estaba pasando… Pensó llamar a Bruno y hablar sobre el tema con él, pero él se alertaría demasiado, ya lo sabía de antemano… así que no, mejor no lo llamaba esta vez.

Después de clase no se sentía con ganas de volver a casa, así que deambuló por las calles del centro, mirando tiendas y pasando el rato; necesitaba aclarar su mente. Decidió que si él no le daba mayor importancia, tampoco se lo daría ella, hablaría con él para que no volviera a suceder pero nada más, tenía que aprovechar que parecía volverse a sentir bien.

Esa noche, cuando regresó a casa, Werner ya estaba acostado en la cama. Ella se desvistió con cuidado y se metió intentando no despertarlo.
—Me estás matando —dijo abrazándola por la espalda.
—Y tú a mí —susurró estrechándose en sus brazos—, de amor.
—Mañana viernes no iremos al café, ¿te parece? Tengo una sorpresa para ti.
—Está bien mi amor, como quieras. Me alegro de que vuelvas a estar como siempre. Te quiero.
—Yo también te quiero cariño, demasiado.

Wanda despertó, no sabía cómo ya eran las 15:30 pasadas… Salió al salón en busca de Werner, que según parecía había amanecido antes que ella. Descubrió una pecera con un pez ángel nadando dentro, no pudo evitar emocionarse. Encontró una nota a pocos centímetros de ella y comenzó a leer: era uno de los microrrelatos que Werner había escrito para ella, pensando en ella. Notó cómo se le aproximaba por la espalda y le empezaba a besar el cuello de forma suave. Sus manos escalaron por su cintura hasta llegar a los pechos y la fue dirigiendo nuevamente hacia el dormitorio. Hicieron el amor lentamente, intentando de forma desesperada eternizar el roce de sus cuerpos. Él descansaba sobre su cuerpo desnudo, perfilando con su pelvis despierta el vaivén que la hacía alcanzar ese estado de apacibilidad más allá del universo terrestre. Su respiración comenzó a agitarse y sólo deseó que Werner acelerara el ritmo. Él respondió dando estocadas más rápidas pero igual de profundas y rodeó su delicado cuello con las manos a la vez que ejercía una pequeña presión. Al poco tiempo, Wanda, con dificultades para respirar y ya casi en el momento del clímax, intentó deshacerse de su captor, pero éste apretó con más fuerza, casi sin sentir los arañazos que ésta descargaba sobre cada parte de su cuerpo accesible a sus manos. No tardó mucho en perder el conocimiento y lo que segundos antes era un manojo de nervios luchando por preservar su vida, cayó como peso muerto sobre el colchón. Werner comprobó que aún tenía pulso sin afectarle un ápice lo que acababa de hacer y salió de la habitación para volver un minuto más tarde con una botella de ácido fluorhídrico, que no le había sido difícil de obtener tras colarse en el laboratorio de sus padres pasando desapercibido como visita puntual.
—Puede que al final sí que tenga mi vida algo que ver con ese tal Heisenberg y aún tenga que agradecer algo a mis padres… —miró la hora: las cinco menos diez, y fue en búsqueda de la cinta de embalar. Volvió a acostarse sobre Wanda y cubrió los cuerpos con la cinta, empezando por los pies, estrechándolos en lo que sería un abrazo eterno. Cuando volvió a mirar la hora faltaban sólo 3 minutos para las cinco en punto.
—Cariño, a partir de hoy, ese pequeño instante en que volvemos a ser uno y no dos se prolongará en el tiempo, conseguiremos que no acabe. Porque como bien sabes, nuestro amor es infinito y Wanda, a partir de hoy, ya nadie podrá separarnos jamás. Te quiero.
Sin pensarlo dos veces, derramó el contenido de la botella en medio de los dos cuerpos y no tardó en sentir las insoportables quemaduras. Wanda despertó del dolor y su mandíbula se desencajó en una mueca de agonía. Sus cuerpos comenzaron a descomponerse, el uno sobre el otro, se fundieron en un abrazo que trascendió fronteras. El ácido no tardó en llegar a los órganos internos y ambos murieron de forma lenta y dolorosa, sin poderse ya distinguir siquiera dos cuerpos, sólo uno.

Continuará...

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