jueves, 22 de mayo de 2014

Las cinco del sexto día (I)

Recogió su pelo con cuidado en un moño bajo y lavó su cara con esmero; aún le quedaban pegotes de rímel en las pestañas y las legañas amanecieron teñidas de negro. Se enjuagó la boca y escupió con una mueca el agua sobre la pila; le sabía a tequila. Se miró al espejo unos segundos y comprobó su nivel de demacración. Caminó hacia la cocina y encendió la radio: «…como vemos, las temperaturas comenzarán a bajar a partir de mañana sábado, así que a aprovechar este maravilloso y soleado viernes radioyentes, les dejamos con Avicii y su Wake me up, que tengan una feliz tarde.»

«¿Feliz tarde?,  ¿pero qué hora es?», se preguntó mientras alzaba la vista en pos del reloj que pendía sobre la encimera; marcaba las 16:03. Se llevó las manos a la cabeza cuando se dio cuenta de que, como el señor de la radio acababa de decir, era viernes… En menos de una hora había quedado y ya llegaba tarde.

Corriendo se metió en la ducha y dejó caer el agua helada sobre su frente, lo que consiguió despertarla un poco y aliviar su dolor de cabeza. Se puso unos vaqueros y la camiseta de flores que él le había regalado dos cumpleaños atrás. A pesar de la falta de tiempo, pudo disimular un poco las ojeras con maquillaje y eliminar del todo el sabor a tequila de su boca tras cepillarse los dientes a conciencia. Cogió el bolso y las llaves y dejó el piso medio destartalado tras de sí. Tomó el primer taxi que vio pasar y aún así cuando se encontraba a las puertas del Café ya eran las 17:25.

Irrumpió en la sala y lo buscó con la mirada. Ya había tomado asiento, junto a la ventana del fondo, como siempre. Ahí estaba él, su príncipe azul, que más que una mirada de reproche por llegar tarde, le brindaba su mejor sonrisa.

Ya me contarás qué estuviste haciendo anoche, picarona —le espetó sin darle tiempo si quiera a sentarse.
Dejó el bolso en la silla mientras lo fulminaba con la mirada:
—¡Baja la voz!, ¿es que quieres que se piense todo el mundo que soy una guarrilla como tú?
­—Tienes una cara de estrecha que no te la quita nadie querida, por tu reputación no te preocupes. —rió mientras llamaba a la camarera con la mano.
—Eres una arpía mala y lo sabes… ¿Aún no has pedido nada?
­—Estaba esperando a la señorita, ¿me vas a contar dónde te metiste anoche o no?
—Pues que salí con Julia, ya te lo dije, ¿no?
—Sí, eso ya lo sé, pero para que llegaras tarde tuvo que haber pasado algo interesante digo yo… que es la primera vez en 3 años que no llegas a las 5 en punto.
—Ya, y lo siento muchísimo, pero es que ni siquiera me acordé de poner el despertador… No te niego que la noche fuera un tanto extraña, pero no te imagines locuras tampoco.

La camarera se acercó a la mesa secándose las manos en el delantal y les preguntó con una sonrisa enmarcada en rojo si iba a ser lo de siempre.

—Yo tomaré un Latte macchiato en vez del café con leche, gracias. —se apresuró la joven.
—¿Cuándo te volviste pija mi amor? Para mí uno solo sin azúcar cari, como siempre.
—En teoría es lo mismo que un café con leche, pero menos cargado y más cremoso, por la espuma y tal… Lo probé el martes y me enamoró.
—Ya claro… sabré yo a ti lo que te enamora. ¡Cuéntame de una vez lo de anoche anda!
—A ver… te cuento a partir de la discoteca que fue cuando se puso interesante. Yo iba bien, pero Julia llevaba ya alguna que otra copa de más así que no tardó ni cinco minutos en empezar a darse el lote con el primer baboso que le entró.
—Esa pone la excusa de las copas de más, pero es que se deja manosear por cualquiera… ¿era pasable al menos?
—Si te digo te miento, la verdad es que no me acuerdo ni de su cara…
—¡Estás tú bonita también!

La camarera dejó los cafés sobre la mesa y Wanda aprovechó el momento para dar el tema de anoche por zanjado. Lo cierto es que lo último que recordaba era que el baboso no estaba solo y no estaba nada segura de no haberse dejado manosear también. Por no acordarse, no sabía ni cómo había llegado a su casa…

—Oye… ¿has visto? Dos mesas más allá, está aquí de nuevo el chico del portátil.
—¿Acaso te extraña? Nunca falla, ¡hoy llegó incluso antes que yo! —exclamó antes de probar el café—  ¿Cuándo te vas a decidir a hablarle?
—¿Pero qué dices?
—¡Venga ya! ¿Me vas a decir que no te has fijado en cómo te mira? Ya desearía yo que un hombre me clavase la mirada de esa forma… Yo creo que sólo viene aquí por verte.
—¡Anda, anda! No te montes películas que ya sabemos cómo te las gastas… El chico es mono, no te lo negaré, pero no es mi tipo.
—¿Cómo que no es tu tipo?, ¿has visto esa sonrisa?, sólo por eso ya podría enamorar a cualquiera: unos dientes perfectamente ordenados y blancos. ¿Y qué me dices de los ojos? Con ese destello verd…
—¡Mierda Bruno!  —interrumpió girando bruscamente la cabeza hacia su compañero— ¿es que no podemos ser más descarados? Nos ha pillado mirándole… examinándole como si fuera un bicho raro.

Bruno explotó en una gran carcajada fruto en parte de la vergüenza, en parte de la exagerada reacción de su amiga. Ella, completamente ruborizada, trataba que éste bajase la voz y controlase su risa, pero sin obtener resultado alguno. Finalmente, Bruno decidió retirarse al lavabo, bajo la atenta mirada de todo el local, hasta tranquilizarse un poco.
El chico del portátil abandonó su mesa y se dirigió hacia el mostrador para pagar la cuenta. Sin poder evitarlo y casi sin darse cuenta, Wanda fijó los ojos en él camuflada tras la taza de café y tratando de evitar a toda costa el contacto ocular recíproco. Él recogió su mochila, guardó el portátil en ella y caminó hacia la puerta del local, no sin antes dedicar una última sonrisa perfecta a la mesa junto a la ventana del fondo.
Wanda terminó su café sin poder borrar la sonrisa tonta de su cara… Se odiaba por eso, siempre le pasaba lo mismo: bastaba que se hablase de que algún chico estaba interesado en ella para que empezara a fantasear con él. En estas cavilaciones se encontraba cuando Bruno regresó a la mesa:

—¡No te lo vas a creer!
­—¿Qué pasa?
—El chico del portátil, el sonrisa profident… ha pagado nuestra cuenta y al parecer le dejó un mensaje a la camarera: «Hasta las cinco del sexto día por séptima vez». ¿Qué te parece? Yo estoy flipando…
—Estás bromeando… No me mientas Bruno, que nos conocemos.
—Te estoy diciendo la verdad, te lo prometo. ¿Qué me dices del mensaje?, ¿es una especie de cita? ¡Esto se pone interesante!
—Pues no tengo ni idea… Pero algo me dice que hemos estado teniendo citas triples en lugar de dobles todos estos viernes.
—Dios… ¡claro!, ¿cómo no caí antes? Hasta las cinco del sexto día: viernes a las 17:00. ¡Qué mono! Tienes que darle una oportunidad Wandi, ¡no te lo perdonaré si no lo haces!
—Calla, calla, que se me acaba de hacer un nudo en el estómago...
—Sí, sí… un nudo dices, eso son las maripositas que empiezan a revolotear —dijo Bruno mientras recogía sus cosas.

Salieron de la cafetería riendo y cogidos del brazo. Wanda no se explicaba cómo, pero gracias a Bruno siempre acababa metida en líos surrealistas. Se abrazaron y cada uno partió en una dirección distinta; se encontrarían en el mismo lugar, a la misma hora, una semana después… como siempre, aunque no se imaginaban que ya nada volvería a ser como siempre.



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Continuará...

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