lunes, 26 de mayo de 2014

Las cinco del sexto día (II)

La semana transcurrió sin ningún hecho extraordinario. Las clases en la universidad se le hicieron más pesadas de lo normal, esperaba impaciente que fuese viernes de nuevo. Sin querer, el misterioso chico del portátil se le había metido en la cabeza para no salir… No había podido dejar de imaginar escenas en las que él inundaba todo, cavilaba acerca de cómo sería el encuentro del viernes principalmente. 

Siempre le había gustado fantasear acerca de lo que pudiera pasar, es cierto; disfrutaba convirtiendo una mirada en la más apasionada declaración de intenciones, una sonrisa en una promesa de amor eterno… Hubo una vez quien le dio razones para creer que ese sentimiento que todos anhelan realmente existe. Rozó con la punta de los dedos esa utópica sensación que poetas y escritores, compositores y en general artistas tratan torpemente de describir en cualquier soporte que la mente conciba. Ese alguien, que le mostró el amor más allá del tiempo y el espacio, corrió tras la estela de su meta más preciada dejándose el amor por el camino. Él siempre le dijo que para poder querer a alguien con todo el alma, para aprender a amar de verdad, había que aprender antes a quererse a uno mismo, por encima de todo. Y lo cierto es que él se quería mucho, de eso Wanda nunca dudó. Así que cuando le ofrecieron la beca para marcharse a Estados Unidos no lo pensó dos veces y se lanzó a lo desconocido, en pos de un sueño que lo acompañaba desde mucho antes que ella lo conociera. Lloraron a la despedida, y siguieron llorando tiempo después, pero se amaban y lo mejor para ambos en ese momento era tomar caminos divergentes, o eso les pareció. Consiguieron hacer de un sentimiento un ente racionalizado, cometiendo quizá el crimen más vil, pero sobrevivieron al adiós y su amor ganó un carácter infinito, que no les causaría dolor.

El jueves por la noche no pudo dormir de lo nerviosa que estaba. Sabía que era ridículo sentirse así por alguien que ni siquiera conocía y apenas había visto unas cuantas veces, pero le gustaba esa sensación de prosperidad que lo impregnaba todo, la idea de que un nuevo sentimiento pudiese empezar a germinar… Y así es que se dejó llevar por la emoción y sonrió a las ojeras que la sorprendieron al amanecer.

Bruno no había dejado de atosigarla a preguntas después de lo acontecido el viernes y habían pactado, por ocurrencia de éste, que él no se presentaría en la cafetería hasta las 17:30 para dar margen a que si algo había de hacerse evidente, se hiciese.

A pesar de estar totalmente en contra de las convencionalidades, de los estereotipos y de las generalizaciones, Wanda pasó la mañana rebuscando en su armario en busca de algo decente pero provocativo, recatado pero sugerente… Se odió a si misma por caer en uno de los tópicos más vulgares, pero aun habiéndose pasado horas frente al ropero, sacando y metiendo prendas, no encontró el conjunto ideal y se dio por vencida sin ofrecer demasiada resistencia. Puso a calentar un tupper de albóndigas en el microondas y se percató de que quizás no le convenía albergar tan alta dosis de ilusión por algo tan volátil como el recuerdo de una sonrisa, el único detalle capaz de aportarle un mínimo de seguridad.

Se puso un capítulo de How I met your mother mientras comía, al cual no prestó atención. Se arrepintió de haberse sentido en una nube, de  haberse dejado llevar por algo tan banal y con tan poca garantía. No podía permitirse dejar que su felicidad dependiera de los caprichos de alguien que no conocía… Cuando hubo terminado se metió en la ducha y una vez tuvo que enfrentarse nuevamente al armario no lo dudó un instante: vaqueros y camiseta de diario, ninguna diferencia al estilismo que utilizaba para la universidad. Si había alguna posibilidad de que algo pasase entre ellos, habría de conocerla en su día a día, al natural. ¡Y tan al natural! Ni siquiera aplicó el maquillaje que utilizaba normalmente.

Cuando llegó a la cafetería, a las cinco en punto, se asomó al interior y lo vio sentado donde habitualmente tomaba el café con Bruno. Al verla en el umbral, se puso en pie y esbozó una nueva sonrisa, que consiguió revivir ese recuerdo y ampliar el margen de confianza con el que Wanda contaba. Lo saludó con dos besos y se sentó a su lado, totalmente hipnotizada por su profunda y atenta mirada.

—He de admitir que no estaba seguro de si finalmente vendrías —admitió sin permitir que se desdibujara su sonrisa—, quizá las formas han sido poco ortodoxas.
—La verdad es que no sé muy bien cómo responder a eso, tienes toda la razón, pero aquí estoy al fin y al cabo.
—¡Y yo que me alegro! No te imaginas cuánto, llevaba tiempo queriendo conocerte…

Wanda se ruborizó de inmediato y trató de evadir su mirada, se sentía desnuda ante aquellos ojos que la escrutaban como leyendo un texto del que incluso ella desconocía el contenido.

—Perdona,  no me he presentado… Mi nombre es Werner. ¿Cómo es el tuyo?
—¿Werner?, qué nombre más raro, ¿no?
—Sí bueno, mi madre es alemana… Me pusieron Werner en honor a Heisenberg. Ya ves, nombre de un físico y para disgusto de mis padres, acabé huyendo de las ciencias.
—He de admitir que no lo conozco… lo mío tampoco son las ciencias —dijo algo más relajada—. Yo me llamo Wanda… por el pez.
—¿Por el pez? —exclamó incrédulo— creo que por primera vez encuentro unos padres que superan a los míos en cuanto a creatividad.
—¿No has visto la película? ­—preguntó entre risas— Un pez llamado Wanda, es una comedia acerca de un robo, tampoco creo que diga mucho acerca de mí pero bueno, a mis padres les debe haber marcado…
—Bueno Wanda… lo cierto es que es bonito, ¿a qué te dedicas? Ya he descartado ladrona de bancos como profesión, pero aún quedan muchas posibilidades.
—¡Qué gracioso! Pues para tu información no robaban  bancos, sino una  joyería, listillo. Estudio publicidad en la facultad de comunicación, justo ahí en frente.
—Hmm… publicidad, siempre he tenido curiosidad por saber qué es lo que empuja a alguien a estudiar publicidad, es un carrera que me desconcierta un poco.
—Bueno… lo cierto es que yo llegué un poco de rebote. Empecé a estudiar periodismo, que era realmente lo que me apasionaba, pero después de dos años me di cuenta de que no era lo mío y opté por una rama algo más creativa. Aunque no lo parezca, la publicidad es una ciencia compleja y se ha de tener un amplio espectro de conocimiento, estar al día sobretodo… muy interesante.
—Ajá… ya veo. Si te digo la verdad, eres la primera publicista que conozco… si todos son tan interesantes como tú, tendré que pasarme por ahí más a menudo.

Wanda volvió a no encontrar respuesta a su comentario. ¿No estaba empezando a coquetear demasiado pronto? Ante la falta de respuesta, él continuó:

 
 —¿Sabes ya qué quieres tomar?
—Quizá será mejor que esperemos a Bruno, debe estar al caer…
—¡Ah claro!… esperamos a tu amigo —dijo con un tono entre sorprendido y decepcionado­—. El otro día me pareció muy simpático, será divertido. «Perfecto pensó Wanda para sí, segundo silencio incómodo de la tarde y no llevamos ni media hora…»

Una vez Bruno hubo llegado la conversación se hizo más fluida. Wanda no se sintió tan presionada por los comentarios insinuantes y se permitió en más de una ocasión responderle al coqueteo. La presencia de Bruno la relajaba, pero claramente sobraba entre ellos dos. El tiempo pasó raudo y pronto agotaron los temas convencionales: música, literatura, aficiones… Resultó que tenían mucho en común y el café no les fue suficiente para saciar esas ganas de conocer al otro que habían rebrotado al parecer en los dos. Esta vez fue la chica quien invitó al café y a al llegar a casa contaba con un contacto más en su guía telefónica.

Los días siguientes pasaron muy deprisa, casi tanto como el primer café que compartieron juntos. Se veían tanto como podían y el tiempo que no estaban juntos lo pasaban al otro lado del teléfono, haciéndose saber mutuamente las ganas irrefrenables que sentían por volver a ver al otro. Siguieron fieles al café de las 5 cada viernes, pero pasó a ser cosa de ellos. El viernes siguiente a la primera «cita triple», Bruno los abandonó poniendo como excusa que tenía una sesión fotográfica. Wanda ni siquiera preguntó si podía acompañarlo, como había hecho otras muchas veces, pero su amigo ya contaba con eso, así que su coartada era totalmente viable. Para el viernes siguiente, ya se olvidó siquiera de preguntarle si vendría.

No podía sentirse más feliz, nunca nadie la había entendido tan bien y nunca nadie la había necesitado tanto, era indispensable en la vida de Werner, no hacía falta que lo dijera con palabras, ella estaba segura de que así era. Poco a poco lo fue dejando entrar en su corazón, hasta que la principal función del mismo pasó a ser cobijarlo a él. Esto sí que era amor, amor de verdad: sentía que sin él no había posibilidad de vivir, que era todo su mundo.

Bruno estaba feliz por ella, pero le advirtió que fuera con cuidado. Le sorprendía cómo esa chica tan racional que conocía, tan sensata, se dejara llevar sin reserva alguna y de forma tan apabullante por un sentimiento. Pudo comprobar que verdaderamente su amiga estaba radiante, que desprendía felicidad allí donde fuera y se quedó tranquilo. Ya no pasarían su par de horas cada semana juntos para ponerse al día, pero le bastaba con saber que su amiga lo había decidido libremente y que simplemente ahora tenía otras razones para sonreír.

En poco más de dos meses decidieron dar un paso más e irse a vivir juntos a un piso. Todo marchaba sobre ruedas: ella iba por las mañanas a clase y él trabajaba en sus novelas, de vez en cuando le dedicaba incluso algún que otro poema o microrrelato. Werner se dedicaba a escribir; aún no le habían publicado ninguna novela, pero había terminado dos y la tercera iba en camino. Solía decir que eran como hijas para él, a las que había de dedicar tiempo y esfuerzo, para que crecieran bien y terminaran siendo exitosas. También le gustaba cocinar: los platos orientales se le daban especialmente bien.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario